Se le llama acróstico a aquella composición lingüística, sea poética o no, cuyas letras iniciales, centrales o finales, en conjunto con otras organizadas de forma vertical, forman una palabra o frase. Por defecto, a esta nueva palabra formada, se le llama acróstico. Este tipo de poema gozaba de gran popularidad durante épocas literarias que se caracterizaban por el rebuscamiento, como en el barroquismo.

Actualmente, se consideran los acrósticos como ingeniosas formas de entretenimiento, similar a los crucigramas, sudokus y demás juegos de pensamiento creativo; es común encontrarlos en revistas, semanarios, periódicos y folletos.
De acuerdo a las indagaciones históricas sobre esta práctica, los acrósticos fueron realizados, por primera vez, de mano de los poetas castellanos. Estos transmitieron su conocimiento a los poetas provenzales, (quienes en alguna época fueron considerados los primeros) grupo que se encargó de hacer popular este estilo. De allí en adelante, sólo era necesario un poco de ingenio y talento para hacer un acrónimo. Algunos artistas preferían colocar las letras que forman las palabras en el comienzo, otros en medio del texto y muchos más al final; sin embargo, el formato predominante era el primero. Es conocido que, en algunas ocasiones, esto era utilizado para enriquecer el poema o, bien, dejar algunos mensajes adicionales.
A lo largo de la historia, han surgido una considerable cantidad de acrónimos populares, como «El bachiller», que puede ser leído en el prólogo de «La celestina», novela de Fernando de Rojas, titulada de esa forma por ser la frase que produce con las primeras letras del poema. Luis Tovar posee también una de estas preciadas piezas: un poema cuyo fin era deletrear “Francisca”, pero termina en “Francyna”, y resuelve incluir, en medio de la creación, otros nombres como Eloísa, Ana, Guiomar, Leonor, Blanca, Isabel, Elena y María.